Poco a poco, la enfermedad fue cediendo. La magnitud del mal y la impotencia de los hombres ante él obligó a recurrir a la intervención divina, algo que no descartaba el informe del doctor Diego Salvador, que recomendaba, para finalizar la epidemia, dar gracias a Dios y eliminar toda causa de pecado. Al final, un juramento de fidelidad a la Inmaculada en 1651 cierra el proceso de la ira de Dios y la da por extinguida definitivamente.
Establecimiento de una cuarentena antes de volver a la vida normal
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